OAXACA RINDE CULTO A LA MUERTE

En el sureño estado las celebraciones del 1 y 2 de noviembre duran una semana completa, y todo el pueblo recuerda a los que “se adelantan en el camino”

Oaxaca, Oax.
Caminos del Sur


En Oaxaca no se puede hablar del “Día de Finados”, lo más apropiado sería decir “La Semana de los Muertos”. Ocho días antes de la fecha tradicional, la central de abastos se pone a reventar con la venta de artículos y condimentos necesarios para la celebración, que serán colocados en los respectivos altares levantados en los hogares, plazas y cementerios.
La ofrenda a los muertos, es un reflejo fiel de las creencias nativas. Los antiguos habitantes de esta región creían que el alma del difunto hacía acto de presencia en la casa que había habitado en vida. Los familiares, para recibirlos dignamente, ponían al alcance de ellos una serie de ofrendas que consistían principalmente de diferentes platillos: tamales, tortillas, atole, calabazas, codornices y conejos, aderezados según la forma como le gustaba a la persona fallecida. Después de que alma visita el hogar y se ha deleitado con el aroma de las ofrendas, se las llevan a los cementerios para, al pie de las tumbas, repartirlas y disfrutarlas con familiares y amigos.
LLEVANDO LOS ESPÍRITUS A CASA
Algunos de los pueblos encienden fogatas en cada esquina de las calles para guiar a las almas por el camino seguro. Desde la calle se hacen caminos con pétalos de cempasúchil, para conducir el alma hasta el altar que se ha hecho en su memoria. En varias poblaciones, los familiares van a los panteones a depositar las ofrendas florales y a comer, como si fuese un día de campo, entre música, cantos y rezos.
TRADICIÓN PREHISPÁNICA
De acuerdo a información proporcionada por varias personas nativas del Istmo de Tehuantepec, el “Día de Todo Santos” tiene sus raíces en la época prehispánica. Los indígenas ofrendaban a sus muertos, de una manera parecida a lo que en la actualidad se hace a través del altar. Los familiares esperaban la llegada o regreso de las almas, asumiendo desde la noche anterior, una actitud humilde, en señal de respeto. Dejaban las ventanas y puertas abiertas, para que ellas entraran a disfrutar de todo lo que les ofrendaban en el altar y así pasaban la noche sus familiares platicándoles sin levantar la vista. Durante la conversación les pedían a sus muertos que cuidaran de ellos y que suplicaran a sus dioses para que les dieran una excelente cosecha y buena pesca.

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