UN PEQUEÑO GIGANTE DE 90 CENTÍMETROS
Los “Avengers” también existen en el mundo real, aunque muchas veces el ir y venir de la vida los vuelve invisibles ante nuestros ojos
Ágilmente, saltando y bajando de la mesa de madera, corriendo mientras busca una herramienta o le pregunta a su abuela por un trapo menos sucio que aquel desechado por su tío, es cómo transcurre una tarde ‘normal’ para nuestro personaje incognito, el pequeño Thor de menos de 90 centímetros. En realidad, muy pocos adivinarían su edad, aunque su lánguida figura y baja estatura, delatan que apenas si sobrepasa los 8 años.
Su nombre verdadero lo
omito, únicamente voy a llamarlo Gustavito, un mini chalán, el mecánico más
joven de Coatzacoalcos. A sus cortos 7 años, este ángel de Dios ayuda a su tío
que trabaja de manera modesta en la acera frente a un conocidísimo negocio de
venta de productos energéticos, casi mágicos, esos que hace un señor de
apellido Vergara y casi en contra esquina de una de las escuelas públicas con
mejor referencia de la ciudad, la única que compite a la par de las
particulares con los puntajes más elevados en Coatzacoalcos; y de un negocio de
embellecimiento de automóviles con vistosas lonas en su blanca fachada con
franjas negras y amarillas, aunque a veces parece grisácea. Allí, cerca de la
Cruz Roja Mexicana y de una plaza fayuquera, coexiste el pequeño, inocente pero
grandioso mundo de Tavito.
Es allí, en esa acera
donde un joven, talentoso y humilde mecánico se gana el sustento honradamente,
refutando todas las teorías sociales que aseguran que la pobreza hace delinquir
a la gente; es precisamente en ese espacio marcado por unas señalizaciones
color naranja donde se escribe la inimaginable hazaña de nuestro mini
superhéroe.
NACER EN LA ADVERSIDAD
Gustavito es un niño de
7 años, es hijo de una madre soltera, su padre biológico no se hizo cargo de él
abandonándolo. Según la triste narración de la abuela a quien le aquejan las
secuelas de una extraña infección, su hija padeció depresión postparto,
empeorada por un cuadro clínico de hinchazón en el cuerpo, lo cual la postró
por algunos meses en cama dejando al bebé al cuidado de ella.
Pasados unos años, la mamá
de Gustavito contrajo nupcias con otro hombre, intentando en vano recuperar al
niño ya de 4 años para que viviera con ella y su nueva pareja. Según me asegura
la abuelita de Gustavo, su nieto no se adaptó a la convivencia con una familia
que para él era hasta cierto punto forzada, retornando al hogar de la abuela
materna al cabo de dos meses.
La buena señora me
aseguró, a la par que la emoción se traslucía en sus ojos aun bellos entre
miles de arrugas y una pálida faz que muchos años antes debió ser muy hermosa;
que la separación de su amado nieto la hizo caer en cama víctima de una
intolerable angustia. Al final, ambos se quedaron juntos y la madre del niño
siguió con su vida en medio de otra oportunidad ofrecida por el destino.
Intrigada en tan triste
historia observo a Gustavito, y admiro su agilidad para proveer al tío de las
herramientas que éste necesita e incluso, temerariamente se mete debajo de la
carrocería de un auto en reparación.
Bebo un sorbo de la tan
mala recomendada bebida de color oscuro que es objeto de toda clase de juicios
a favor y en contra, que aún no me imagino como sigo tomándola; después le pregunto
a la anciana de cabellos blancos y rasgos finos como le hace para cuidar y
sostener a su nieto o hijo más bien.
La abuelita me asegura
que su hija la ayuda de vez en cuando, que paga la inscripción al año escolar
de Tavito, así como mochila y uniformes, además su hijo –el tío mecánico-
también la apoya-, pues ella luego de quedar postrada en cama debido a la
extraña bacteria que invadió su garganta, perdió buena parte de la capacidad
motora, y ya no puede trabajar en un changarrito de comida.
Entre palabra y
palabra, la abuelita me confesó que Gustavito tiene un anhelo y ese es el
motivo por el cual trabaja de chalán de su tío con tanta enjundia; Tavito desea
como todo infante de 7 años, una simple Tablet, algo que para ellos suena
imposible de conseguir. Empero, nuestro superhéroe no se rinde, está decidido a
ahorrar lo suficiente para adquirirla.
Su abuela asegura que
juntar 2,500 pesos o mil 500, 800 pesos que puede costar una de uso en una casa
de empeño se antoja bastante difícil para ellos, dado que el niño solo va a
juntarlo del dinero de la talacha que hace con su tío. La madre biológica del
niño no se ocupa de estas necesidades de Tavito, aunque a ella le
correspondería hacerlo.
Entre visibles ojos
humedecidos por lágrimas contenidas, recuerdos de aciagos momentos y también de
bellos recuerdos que esta dama se llevará a la tumba, narra la parte más
increíble de esta historia, que hace enmudecer a los Avengers, porque esto es
real y por desgracia, se repite en muchísimos hogares mexicanos.
Cuando la abuela de
Tavito estuvo enferma, era el niño quien la atendía. Por increíble que suene,
el infante de apenas 6 años, casi 7, la ayudaba a cambiarse los pañales, a
ponerse la ropa interior cuando iba al baño pues ella no tenía movimiento en
las manos, perdida la capacidad motora debido a la parálisis parcial y
pasajera, causada por la agresiva bacteria. Incluso ahora, es el pequeño quien
limpia la casa, barre y trapea el humilde hogar que comparte con la señora.
Todavía más
extraordinario, Tavito es un excelente estudiante que le pone gran empeño a los
estudios y que quizás alguna vez en el futuro, nuestro A[H1] venger de carne y hueso
se convierta en un ingeniero mecánico que trabaje en ese negocio de enfrente,
cuya cortina sábado a sábado, la buena señora mira bajar mientras su hijo
termina la jornada.
Cuantas lecciones no
aprendí aquel fin de semana, que ahora que escribo esto todavía me conmueven y
hacen que mis ojos se humedezcan, igual que cuando vi morir a Ironman en la
sala de cine.
Estas lágrimas no las
motiva un histrión acerca de la testarudez humana, las origina la humanidad y
su inmensidad misma.
Ojalá Tavito pueda
comprar pronto su Tablet y si no lo hace, estoy segura que él no será tan solo
una estadística, sino una muestra de que el éxito no nace solo, se construye
con los ladrillos de la voluntad, del amor, la fe y la esperanza.
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